..He sido testigo de innumerables pasos pequeños, risas contagiosas y sueños inmensos...
..Durante años, mis pasillos han sido recorridos por niños y niñas que, con sus mochilas cargadas de cuadernos y esperanzas, han aprendido, crecido y dejado huellas en mí...
Cada rincón de mis aulas guarda una historia, desde el eco de las conversaciones hasta las aventuras dibujadas en los pupitres.
Pero hay algo que con el tiempo, he aprendido a ver con mayor claridad: la importancia de cuidar lo que no siempre se ve. La salud mental de estos pequeños soñadores. He sido parte de sus alegrías y también de sus silencios, de esas emociones que a veces no encuentran palabras para expresarse. Me duele ver cómo, a veces, cargan con más peso del que deberían llevar en sus corazones.
He visto cómo sus maestros y padres empiezan a darse cuenta de que hablar sobre salud mental no es solo necesario, es urgente. No se trata de estigmatizar o señalar, sino de escuchar y acompañar. La salud mental es parte de su bienestar, igual que sus risas en el recreo o el esfuerzo por aprender algo nuevo.
Soy más que paredes y pasillos y hoy quiero contar algunas de sus historias, porque cada niño que pasa por mis aulas tiene algo que enseñar.
Cruz, Cielo, Pintuko y Ángel son niños hacen parte de esta historia que también es nuestra.
En las siguientes pestañas podrás conocer algo muy simple, o muy simpático, sobre cada uno de ellos.
Cruz: entre páginas y emociones
En mi interior, he visto a Cruz, una niña tan creativa como silenciosa. Cruz, con su cuaderno de terciopelo rojo lleno de estrellas y lunas en relieve, es un reflejo de cómo las emociones necesitan encontrar una salida.
He visto a su madre alisando su cabello cada mañana, cuidando de ella con una mezcla de amor y disciplina. A veces, Cruz cierra los ojos, molesta por los tirones de la plancha, pero también hay en su gesto algo más profundo, gesto que le he visto en otros espacios del colegio. En esos momentos, me doy cuenta de que la salud mental no siempre es visible, pero siempre está presente.
Cielo: la chica de la patineta
Cielo, por su parte, tenía una energía imparable. La recuerdo deslizarse por los pasillos con su patineta, retando las normas y desafiando expectativas. Pero detrás de su sonrisa traviesa, he notado que también guardaba silencios. Cuando se sentaba en la cancha, observando cómo los demás juegan y comentan, había un brillo en sus ojos que iba más allá del deseo de ganar. Era el deseo de ser vista, de ser comprendida.
Pintuko: un mundo de trazos y sombras
Pintuko es otro de esos niños que llevo en el corazón. Siempre llegaba con una sonrisa a medio camino entre la travesura y la timidez. Prefería dibujar en su cuaderno en lugar de hacer el trabajo en grupo, sus caricaturas, estaban llenas de fantasía y personajes con ojos grandes y ojeras, hablaban más de él de lo que las palabras podrían. A veces, se sentaba en un rincón del salón, lejos de los demás, con una hoja en blanco que poco a poco llenaba con sus dibujos.
He visto cómo guardaba secretos, cómo escondía pequeñas papeletas en su maleta, evitando la mirada de los adultos. Pintuko es un ejemplo de cómo los niños a veces llevan cargas invisibles, pequeños dolores que no siempre saben cómo compartir.
Ángel: los retos del campo de juego y el hogar
Ángel fue otro de mis pequeños. Lo recuerdo correr por la cancha, siempre dispuesto a darlo todo por detener un gol. Pero detrás de su competitividad, notaba que a veces se detenía, mirando al horizonte, como si estuviera buscando algo, algo que ya no encontraba en su hogar.
Recuerdo sus miradas cómplices con cielo en diferentes lugares del colegio y el barrio.
Para Ángel, el fútbol no es solo un juego, es una forma de lidiar con lo que no puede expresar en palabras.
Ahora, Cruz, Cielo, Pintuko y Ángel ya se han ido. Los vi crecer, cambiar, enfrentarse a sus miedos y seguir adelante. Sus pasos ya no recorren mis pasillos, pero en cada rincón aún queda algo de ellos. Sin embargo, el tiempo no se detiene, y nuevos niños y niñas han venido, algunos parecidos a ellos, con sus mismas inquietudes y sueños, y otros completamente diferentes, con nuevas historias por contar. Cada año, el ciclo se repite, y aunque ellos ya no están, sus recuerdos permanecen conmigo, y cada nuevo estudiante trae consigo la promesa de nuevas experiencias, nuevas lecciones sobre la importancia de cuidar lo que llevamos en el corazón.